domingo, 21 de septiembre de 2008

Se acabó la estancia

O casi. Mañana a estas horas estaré en mi cama, en mi casa, junto a la mujer que más quiero en este mundo. Ya se ha acabado mi estancia de tres meses en Austria. Y en estos ultimos días, he aprovechado para despedirme de la que ha sido mi ciudad adoptiva este verano: Innsbruck.

Como sabéis, fui hace poco a hacer una ruta de senderismo, pero otra de las cosas que me faltaban por conocer en la ciudad eran sus museos, así que me encaminé hasta el Ferdinandeum el fin de semana pasado, para ver qué muestran los tiroleses en sus museos... Y me encontré esto:

En Mis ultimos días por Innsbruck

Sí, es precisamente lo que pensáis... De esta guisa estaban los tigres, acaramelados ellos, en el museo. Una exposición temporal sobre caza furtiva y tal... A parte había zonas "normales" en el museo, que era una mezcla de museo arqueológico y museo de arte, con un toque de museo de instrumentos musicales. No es que tenga una colección mmuy allá, pero está bien.

Este fin de semana, aparte de haber salido de fiesta, despedido la cerveza local y a mis compañeros (suerte James!), haber asistido a un concierto de ""jazz"", y haber hecho la(s) maleta(s), también he aprovechado para ver otro museo (Zeughaus) y revisitar la Hofkirche.

En Mis ultimos días por Innsbruck

Además, estos días me han servido para trastear con la cámara y mi cutrípode, intentando diferentes técnicas, con distintos resultados. En general me voy haciendo más a la cámara, aunque al HDR no le termino de ver el puntito... tendré que trastear más. Por orden, os pongo una panorámica 360º, un HDR, y un barrido (o intento de). Os invito de todas formas a visitar mi galería de fotos para que veáis algunas más.

En Mis ultimos días por Innsbruck

En Mis ultimos días por Innsbruck

En Mis ultimos días por Innsbruck

En fin, que va siendo hora de acostarse, intentar cerrar las maletas, y descansar algo frente al duro (largo) día de viaje que me espera. Tengo muchas ganas, muchísimas de veros a todos, sobre todo a ti. Se acabó la estancia...

Adiós, Innsbruck.

domingo, 14 de septiembre de 2008

Y de repente, silencio

Y de repente, silencio. Curiosamente, eso lo despertó de su letargo. Abrió los ojos lentamente, como si temiera ver lo que sucedía a su alrededor. Nada. La habitación estaba completamente a oscuras. ¿Cuánto tiempo habría dormido? Intentó levantarse, pero no pudo a causa del dolor que le atenazaba la espalda. Al tercer intento, consiguió rodar fuera de la cama, solo para estamparse contra el sucio suelo enmoquetado. Para cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, ya había conseguido ponerse de pie. Reconoció su mugrienta habitación. Inmediatamente, se acercó a la puerta, casi corriendo, volcando de una patada el cubo lleno de agua que había en medio de la habitación. Con la mano en el pomo de la puerta volvió la cara para mirar el charco que se había formado junto al cubo. En ese instante lo recordó todo.

* * * * *

8 días, 8 malditos días, deambulando por ese maldito parque, vigilando los movimientos de ese maldito viejo. Claro que esa es la vida que eligió. Pero este tiempo de perros le estaba carcomiendo el alma. Tan sólo pedía que sonara al fin el teléfono. Necesitaba la señal para poder...

- Perdone, ¿tiene fuego?

Giró lentamente la cabeza hacia la izquierda para clavar la mirada en la fuente de aquella voz. Una mujer alta, de pelo moreno ondulado, lo miraba protegida por un gran paraguas rojo. Llevaba una larga gabardina negra de cuero, que le hacía una silueta muy sugerente. Entre sus rojos labios, un cigarrillo apagado esperaba una respuesta por parte de él.

- ¿Y bien?

Sacó el mechero de uno de los bolsillos de la gabardina, y sin dejar de mirar a los hipnóticos ojos verdes de aquella mujer, acercó la llama a su cigarrillo. Aprovechó para encenderse uno también e inhaló una larga bocanada del mismo.

- Gracias.
- De nada.
- Vaya, tiene voz. - respondió ella con una mueca. - ¿Sabe? No suele haber mucha gente a estas horas en la calle, y menos con la que está cayendo. ¿Qué le trae por esta ciudad?
- ¿Cómo sabe que no soy de aquí? - preguntó algo sorprendido.
- Oh, verá... pocos lugareños se aventuran por esta zona de noche y solos...
- Entonces puedo suponer que usted tampoco es de aquí.

Dejó escapar una sonrisa. Aquella mujer tenía algo que lo atraía, como un halo de misterio, el cuál por alguna extraña y visceral razón, deseaba desentrañar. ¿De dónde había aparecido? Desde luego, no la conocía de nada, pero a la vez se sentía como si se hubieran visto antes. La mujer amagó con seguir su camino, pero se volvió a mirarlo. Sus ojos se encontraron, y el tiempo pareció detenerse. Tras unos segundos, que le parecieron una eternidad, ella le sonrió.

- Buenas noches.

Se quedó mirando cómo se alejaba, con sus zapatos de tacón rojos chapoteando en los charcos de aquel parque, hasta que cruzó la calle y desapareció tras la manzana. Cuando volvió la cabeza hacia el edificio de la otra acera, vio al viejo entrar en su coche acompañado de dos de sus matones.

"Mierda"

Salió corriendo hasta el extremo contrario del parque, donde tenía aparcado su coche. Entró en él como una exhalación, y justo cuando metió la llave en el contacto

el teléfono sonó.

lunes, 8 de septiembre de 2008

El camino del águila

Este fin de semana pasado, pese a la aprensión de algunas personas, me decidí a aventurarme en los Alpes. Y es que me parecía un auténtico crimen haber pasado aquí tres meses en un lugar tan precioso entre las montañas, y haberme quedado en los escasos 600 metros del valle del Inn. Así que para quitarme esa última espinita de mi estancia aquí, subí hasta los aproximadamente 2300 metros de la zona de Hafelekar, en el llamado Nordpark.

En De excursión en los Alpes

La ruta que hice, de dificultad media, es una parte del denominado Camino del Águila Tirolés. En concreto, el camino que realicé fue el descrito aquí. Qué decir de los paisajes. Increíble la experiencia, hacerse uno con la naturaleza, con nada más que vegetación y piedra alrededor, durante prácticamente cuatro horas y media. Era interesante cruzarse de vez en cuando con otros montañeros haciendo las rutas, y saludarse amigablemente (o incluso engañarles para que me hicieran fotos)

En De excursión en los Alpes

La ruta comenzaba desde donde dejaba el teleférico (20 eurazos de teleférico por cierto), cerca del pico Hafelekar, al cuál subí, para continuar por el Goetheweg durante unos seis kilómetros, rodeando algunos picos de los Alpes. Por el camino, al norte quedaba el parque alpino de Karwendel, un gran valle lleno de vegetación, y al sur, el valle del Inn, arrojando impresionantes vistas de la ciudad de Innsbruck y sus alrededores.

En De excursión en los Alpes

La ruta terminaba en el refugio de Pfeishütte, donde descansé unos minutos para comer algo y recobrar fuerzas para la vuelta. Y ahí precisamente es donde comenzó la "aventurilla", puesto que el último viaje del teleférico hacia abajo era a las 17:00 (aunque yo creía que era a las 17:30) y digamos que, según las indicaciones, iba con el tiempo justillo. Total, no estaba preocupado porque el camino se me había dado muy bien, peeeeero, el problema precisamente estaba en esto:


Y es que había bajado hasta el refugio unos 400 metros.... así que la vuelta era prácticamente en subida. Al principio no fue muy mal, descansando de vez en cuando... pero cuando ya se acercaban las 16:30, el desastre se conjuró, y la laaarga caminata hizo mella en mis poco acostumbrados músculos, y se me empezaron a quejar y a subirse... En fin, un poco agobiado, para qué negarlo, me dirigí con determinación hasta la estación de vuelta en Hafelekar. La otra opción era seguir bajando por otro camino, pero era más largo, y ya estaba bastante cansado, así que opté por el camino corto... y duro :P

Finalmente llegué a las cinco en punto, pero de todas formas tuve que esperar a que llegaran dos montañeros más. Total, que con la gran satisfacción de haberlo conseguido, me sentía pleno, feliz, impresionado por lo visto... y MUY cansado :D

La experiencia ha sido increíble. Una pena haberla tenido que hacerla solo, pero necesitaba hacerlo. Me hubiera sentido defraudado si no hubiera subido al menos una vez a la montaña, viviendo durante tres meses en el corazón de los Alpes. El resumen actual es que estoy molido, y que las agujetas aún me persiguen. Pero a pesar de todo eso...

En De excursión en los Alpes

ha merecido mucho la pena.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Las gotas caían desde el techo

Las gotas caían desde el techo, repiqueteando contra el fondo de un viejo cubo de latón que ya no recordaba dónde encontró. El rítmico golpeteo se asemejaba a la cadencia de un corazón sufriendo taquicardia. La tenue luz que se filtraba por las rendijas de la raída contraventana sólo conseguía imprimir un aire más tenebroso a la habitación, si es que eso era posible. Ya no recordaba ni siquiera dónde estaba, y por qué. Pero eso no era lo más importante. Un retazo del pasado pasó por su mente, y de repente recordó su pálida y bella cara, tal y cómo la conoció por primera vez en aquel parque lejano en el tiempo. Cerró los ojos, y cayó en un profundo, y a la vez placentero sueño. Una lágrima se escapó de su ojo izquierdo, y rodeó sus mejillas, cayendo al suelo a plomo. El ruido de la caída se confundió con el de las gotas que incesantemente golpeaban el fondo de aquel manido cubo.

* * * * *

- ¿Se piensa quedar más tiempo?
- Me quedaré el tiempo que haga falta – respondió casi escupiendo las palabras, lleno de una repentina ira hacia el conserje.
- Claro, claro…pero no estaría de más que me pagara lo que me debe. – inquirió el encorvado y estropeado conserje, con un gesto de desconfianza – Ya lleva aquí ocho días, y no me gustaría tener que denunciar a otro impresentable como el del mes pasado.

Se acercó al mostrador con el rostro fruncido, sin dejar de mirar a aquel suspicaz anciano. Un fugaz rastro de miedo pasó por los ojos del conserje, y se revolvió tras el mostrador, hurgando con la mano derecha en algún lugar bajo la desgastada tabla de la recepción. Miró un momento hacia abajo, pero un golpe seco en la madera le hizo saltar de la silla y trastabilló hasta la pared trasera.

Aquel furibundo hombre había dejado en la mesa un fajo de billetes unidos por una cinta de papel amarilla. Su cara se relajó, y sin mediar palabra, dio media vuelta y salió a la fría noche. La campanilla de la puerta tintineó suavemente mientras ésta se cerraba, dejando la habitación en silencio. “Uno, dos, tres, cuatro…”. Cuando el viejo terminó de contar, no podía creerlo. “¡Cien de los grandes!”.

Llovía. Se ajustó el cuello de la gabardina y se encasquetó bien el sombrero, mientras pensaba que en toda la semana que llevaba en esa maldita ciudad

no había parado de llover.