miércoles, 3 de septiembre de 2008

Las gotas caían desde el techo

Las gotas caían desde el techo, repiqueteando contra el fondo de un viejo cubo de latón que ya no recordaba dónde encontró. El rítmico golpeteo se asemejaba a la cadencia de un corazón sufriendo taquicardia. La tenue luz que se filtraba por las rendijas de la raída contraventana sólo conseguía imprimir un aire más tenebroso a la habitación, si es que eso era posible. Ya no recordaba ni siquiera dónde estaba, y por qué. Pero eso no era lo más importante. Un retazo del pasado pasó por su mente, y de repente recordó su pálida y bella cara, tal y cómo la conoció por primera vez en aquel parque lejano en el tiempo. Cerró los ojos, y cayó en un profundo, y a la vez placentero sueño. Una lágrima se escapó de su ojo izquierdo, y rodeó sus mejillas, cayendo al suelo a plomo. El ruido de la caída se confundió con el de las gotas que incesantemente golpeaban el fondo de aquel manido cubo.

* * * * *

- ¿Se piensa quedar más tiempo?
- Me quedaré el tiempo que haga falta – respondió casi escupiendo las palabras, lleno de una repentina ira hacia el conserje.
- Claro, claro…pero no estaría de más que me pagara lo que me debe. – inquirió el encorvado y estropeado conserje, con un gesto de desconfianza – Ya lleva aquí ocho días, y no me gustaría tener que denunciar a otro impresentable como el del mes pasado.

Se acercó al mostrador con el rostro fruncido, sin dejar de mirar a aquel suspicaz anciano. Un fugaz rastro de miedo pasó por los ojos del conserje, y se revolvió tras el mostrador, hurgando con la mano derecha en algún lugar bajo la desgastada tabla de la recepción. Miró un momento hacia abajo, pero un golpe seco en la madera le hizo saltar de la silla y trastabilló hasta la pared trasera.

Aquel furibundo hombre había dejado en la mesa un fajo de billetes unidos por una cinta de papel amarilla. Su cara se relajó, y sin mediar palabra, dio media vuelta y salió a la fría noche. La campanilla de la puerta tintineó suavemente mientras ésta se cerraba, dejando la habitación en silencio. “Uno, dos, tres, cuatro…”. Cuando el viejo terminó de contar, no podía creerlo. “¡Cien de los grandes!”.

Llovía. Se ajustó el cuello de la gabardina y se encasquetó bien el sombrero, mientras pensaba que en toda la semana que llevaba en esa maldita ciudad

no había parado de llover.

5 comentarios:

CP dijo...

Me ha gustado la historia (o el comienzo, porque me da la impresión de que la seguirás desarrollando ;)). ¿El hombre de la cama es el mismo hombre que paga la pasta? a) sí, b) no, c) la solución en el prólogo de la historia, que harás cuando ya tengas la primera trilogía terminada ;)

No te mojes mucho, que ya te queda poco para volver. Un abrazo!!

DarthIA dijo...

Obviamente, la respuesta correcta es la C :D

De momento no me estoy mojando, a pesar de llevar toda la semana nublada... a ver si sigue así lo poquito que me queda ;)

Isa Pascual dijo...

Yo también te animo a que sigas con la historia... quiero mas! :P

Anónimo dijo...

Bueno, bueno... La historia promete.

Eres un hombre del Renacimiento, q lo mismo le da a las ciencias q a las letras.

En fin, muchos besicos de una granaína afincada en Sevilla.

DarthIA dijo...

Soy más polifacético de lo que creéis ;)

Esta semana prometo nueva entrega.